lunes, 29 de junio de 2015

ALQUIMIA
 
Los Cuatro Elementos (2). Los cuatro elementos, o mejor, los cuatro principios que ellos simbolizan (que constituyen cualquier posibilidad de manifestación y por lo tanto, la de toda materia, puesto que ésta es la combinación de esos principios o elementos en rotación, alternándose los unos con los otros; los que no son sino la emanación de un mismo principio creador universal que toma diferentes modos o formas designadas por distintos nombres) se llaman, como ya bien sabe el estudiante de esta Introducción a la Ciencia Sagrada, fuego, aire, agua y tierra. El fuego simboliza el principio radiante que es el más alto de todos. En el Arbol de la Vida correspondería a Atsiluth, a lo ontológico, o sea al Ser, y al Espíritu. Es la primera posibilidad de la materia, el hálito espermático del azufre capaz de fecundar la potencia mercurial, la penetración por la palabra, o sea la luz pura simbolizada por este principio radiante, materializado en lo que significa lo ígneo, de lo cual el fuego es el emblema. El siguiente elemento, o estado de la materia, es el aire o energía gaseosa y sutil, correspondiente a la levedad e inestabilidad de lo emocional, al plano de Beriyah, a la primera construcción de lo cosmogónico, a la sublimación de lo fluídico, a la transmisión de toda posibilidad, al soplo del aire como causante de la generosidad de las lluvias y la generación vegetal, y también al alma superior, la que está por encima de la superficie de las aguas. El tercer elemento es el agua, gas condensado, o energía fluídica, capaz, como ya se ha dicho, de generar, pero también de corroer. Toda materia es ablandada por el agua, que igualmente siempre encuentra un cauce y que es capaz de adaptarse a la forma que le toque. Corresponde al plano de Yetsirah y al peligroso y atractivo psiquismo inferior; a las bellas y a las artes. También a una condensación de lo aéreo y por lo tanto a una progresiva solidificación, a una transformación de aquel principio radiante, de aquella primera emanación que se expresó por un soplo que ahora, al coagularse, se presenta en estado líquido. El último elemento es la tierra, que es el receptáculo y a la vez contiene en su seno a los restantes principios, elementos, o estados de la materia, y es la energía solidificada de esa materia, el summum de su densidad y de sus posibilidades de concreción. Corresponde al plano de Asiyah, a la gran madre, a la potencia del acto permanente, a lo pasivo en continuo movimiento, a la última manifestación de la perfección universal, espejo de la perfección de su creador.
Hay un quinto elemento que es el éter, al que se suele simbolizar en el centro de una rueda de la cual irradian los otros cuatro principios, y alrededor del cual giran. Es pues su origen al que constantemente retornan y la oculta raíz de todo, un 'motor inmóvil' más relacionado con el No Ser que con el Ser, emparentado con Ain y En Soph: con lo auténticamente metafísico, lo invisible, lo inexpresable, lo verdaderamente desconocido, lo que está por encima de la corona, que todavía apoya sobre la cabeza, emblema del cuerpo mineral.
Estos cuatro elementos están constituidos por los tres principios alquímicos: el azufre, el mercurio y la sal, que interactúan constantemente entre sí como a su vez lo hacen estos elementos entre ellos. Se les ha querido comparar con una rueda dentro de otra rueda, o como una rueda que fija doce posibilidades (3 x 4), el zodíaco (ver Módulo II, acápite 73). Estos tres principios como sabemos están presentes en toda 'materia' o energía, así se presente esa energía en estado radiante, gaseoso, fluídico, o de manera sólida. A estos tres principios los podemos asociar con Osiris (+), Isis (–), y Horus (N), hijo de ambos, que por lo tanto contiene parte de los dos, a los que debe su existencia. Pero sobre todo hemos de vincularlos con el Arbol de la Vida y sus tres columnas que se van solidificando en cuatro etapas sucesivas que, sin embargo, coexisten en cualquier materia, como los cuatro planos o mundos del Arbol de la Vida coexisten entre sí.
Debemos aclarar que tanto en el trabajo hermético como en Alquimia instrumental la labor interna es invertida con respecto a las emanaciones creativas. Está a contrapelo, y hay que remontar el río hasta sus fuentes. Por eso es que se habla precisamente de un trabajo. La materia física ha de irse descartando y sutilizando, de lo opaco a lo transparente.
 

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